Un sentimental perspicaz
podría presumirla,
más aún, si su inmaculada luz
escolta su andar
cuando lleva de mano a su amor.
Una canción podría mencionarla,
quizá por rima o quizá por métrica,
en tonada de balada o bolero.
Un poema podría obsequiarla
entre líneas, sutilmente
o en palmario soneto,
no en vano las apacibles noches
también conmueven a los versos.
Pero no, no es la luna
lo que he venido a regalarte,
aunque agradezco su poesía y su música,
y que te acompañe en la noche.
Lo que he venido a regalarte
es la luminiscencia de las mañanas
y el azul celeste.
Te regalo el sol,
el mismo que enciende el verde del pasto
y acaricia tus mejillas
cuando te dibujas una sonrisa.
Instrumento de Dios para pintar
las más bellas obras,
de fusión de colores esfuminados
y en perfecto equilibrio,
en el horizonte.
Te regalo el calor
que abriga a la naturaleza.
Te regalo el sol y puedes tomarlo
con los ojos cerrados y los brazos abiertos.
Te regalo el sol,
porque tan sólo su luz
se compara con la tuya.
